Me encontré en un espacio
abstracto, de muy difícil resolución. Mi tarea docente es de posgrado. Para
tomarme como ejemplo, la evaluación del curso que doy ha sido objeto de discusiones
con la coordinadora de la Maestría. Han
intervenido diversos factores (comodidad de la cátedra, tiempo disponible,
formato) que no tienen relación con el conocimiento que se imparte, sino con
cuestiones de organización del trabajo, con pautas de la universidad y del
tiempo personal.
Desde que ocupo ese lugar,
he pasado por varios formatos de evaluación, parcial y final, incorporando en
cada uno nuevos elementos, que supuestamente dan cuenta de los avances y la
producción de cada alumno.
Para elaborar la tarea,
hice una mezcla entre literatura, teoría de la planificación, y pensamiento
complejo, abordando el decálogo a partir de los “pecados capitales”.
El proceso de construcción
fue posible al ubicarme en un rol crítico
e imaginario de evaluadora, atravesado
por la experiencia de años de docencia en el nivel superior. Y por la
conciencia de que se trata de un terreno resbaladizo, en el que no hay certezas
absolutas sino aproximaciones.